Motivación deprimente

Mark Boyce
3 min readJan 1, 2024

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(He traducido este blog al español para compartir mis ideas con hispanohablantes, y para practicar mi expresión escrita en el idioma. Ya que el español no es mi lengua materna, ten paciencia conmigo, y siéntete libre, querido lector, de sugerir correcciones.)

“Ningún hombre se libera del miedo si no se atreve a ver su lugar en el mundo tal y como es; ningún hombre puede alcanzar la grandeza de la que es capaz hasta que se permita a sí mismo ver su propia pequeñez.” — Bertrand Russell

El miedo al fracaso es una cárcel. La amonestación trillada de autoayuda de “imaginar lo que harías si no pudieras fracasar” aún logra resonar, porque ilumina lo que está disponible para nosotros si solo nos damos cuenta de que la puerta de la celda está desbloqueada.

Este miedo explica mucha de nuestra mediocridad. Es en gran parte la razón por la que no hablamos con ese desconocido atractivo, o no aventuramos ese pensamiento controvertido, o no bailamos sobre esa mesa, o no dejamos ese trabajo, o no perseguimos ese sueño.

¿Por qué tenemos tanto miedo? Muchas veces, tememos por nuestros egos. ¿Y si me cayera de bruces? Soy alguien, y no quiero arriesgarme a sentirme como nadie, incluso si el beneficio es convertirme en alguien mejor.

Pero aquí tienes una verdad incómoda: Probablemente no seas alguien. Has oído hablar de Einstein, Shakespeare, Picasso y Mozart. Quizás conozcas a Feynman, Ibsen, Goya y Ravel. ¿Pero qué hay de Shannon, O’Neill, Hayter y Hofmann?

Claude Shannon era un genio matemático que inventó la teoría de la información, sin la cual ese aparato que sostienes ahora mismo no existiría. Eugene O’Neill ganó el premio Nobel de Literatura en 1936. Sir George Hayter era pintor de la corte para la Reina Victoria. Leopold Hoffman era uno de los violinistas más dotados del siglo XVIII.

Había oído hablar de Shannon. Los demás — todos leyendas — tuve que buscar en Google. Por muy bueno que seas en lo que sea que seas bueno, es extremadamente improbable que seas ni de lejos tan bueno como esta gente, y se necesita una persona especial para recordar sus nombres ahora.

Ya que las arenas del tiempo están ocupadas oscureciendo las aportaciones incluso de los talentos más destacados de cada generación, con toda razón esperarías ser completamente olvidado muy poco después de tu muerte. Y tampoco pienses que seguirás viviendo a través de tu descendencia, porque ellos también serán olvidados todos. Todo este proyecto — tu nacimiento, esperanzas, deseos, miedos, alegrías, miserias, elecciones, triunfos, derrotas, y muerte final — pronto se desvanecerá de la vista sin siquiera un réquiem del cosmos. En el gran esquema de las cosas, no eres tan importante.

Aquí está el lado positivo: Si lo que haces ahora no tiene ninguna importancia cósmica, no necesitas temer hacerlo mal. A lo mejor tus grandes éxitos no contarán para mucho desde el punto de vista de la eternidad, pero tampoco lo harán tus grandes fracasos. ¿En 100 años, qué importará realmente lo que esa gente, ahora ida hace mucho tiempo, pensara de ti? ¿Incluso importará lo que pensaras de ti mismo, cuando se torció todo?

Extrañamente, el conocimiento de nuestra pequeñez, como sugiere Russell, debería empujarnos a perseguir metas aún más elevadas. Todavía no estás muerto y olvidado, así que mientras que estás aquí, ¿Por qué no apostarlo todo? Quizás alcances tu verdadero potencial, y de paso, hagas una pequeña diferencia para la gente a tu alrededor ahora mismo.

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